Los norteamericanos son gente impredecible, a pesar de esa idea que tenemos de que es un pueblo aborregado y manejable. No son tan impredecibles como los australianos, pero han heredado gran parte del espíritu de la britania, que es la madre de todos. La gente de los EEUU es capaz de lo mejor y de lo peor. Nadie les ha inculcado el sentido del gusto, porque nunca les ha hecho falta esforzarse para gustar a los demás. No tienen historia más allá de unas cuantas generaciones y lo que tienen por aristocracia y buenas maneras lo han heredado en tercera persona, como visto desde un catalejo con la mirilla puesta al revés. Es por eso que apenas tienen cómicos genuinamente americanos que hayan conseguido traspasar las fronteras de su país con un humor irreverente y distinto.
En europa tenemos grabado en la mente lo que es la aristocracia, los altos mandos, la monarquía y el sentido del honor, con lo que nos es más fácil trastocar todo esto y convertirlo en un gañapo, que es básicamente lo que más gracia hace, ver a un señor honorable en situaciones fuera de lugar donde pierde toda su dignidad y maestría. En EEUU, todo lo que se ha hecho en este aspecto ha nacido de inmigrantes europeos de clase baja que llegaron a la tierra prometida y, en lo que tardaron en comprar un lápiz y un papel, comenzaron a ridiculizar todo lo que veían a su alrededor. Pero todo era tan ridículo en sí, tan estratosférico y fuera de lugar, que era imposible llevarlo a un contexto absurdo. El buen humor americano se consigue cuando le das la vuelta a la tortilla a todo esto que he dicho y colocas a un pobre desgraciado en una escala social mayor de la que proviene. Nunca al contrario. Esto es algo de lo que Groucho Marx o Mark Twain hicieron un arte.
Puedo imaginarme a los ideadores de "Los hombres que miran fijamente a las cabras (The men who stare at goats)" que no sé quienes son ni me importa, concibiendo a su pequeña mierda en un boceto donde trazan las caricaturas de actores famosos en un país hostil en medio de situaciones disparatadas, totalmente convencidos de partir el mundo con algo tan original. Esto, bien llevado, puede pasar a la historia, pero no es el caso que nos ocupa. Toda incoherencia debe tener algo de conexión, un hilo que una el mundo irreal con lo cotidiano y común, porque, de lo contrario, es imposible que logre el cometido que persigue. Si a esto le sumamos que las situaciones son, en su mayoría, demasiado masticadas y que lo ofrecido siempre suena de algo, de haberlo visto ya en alguna otra parte, no queda otra que agradecer que la película dure menos de noventa minutos, los cuales, os aviso, se hacen muy largos. Con la de jugo que se le puede sacar a Iraq...